Volver al blog

Máscara y Ruinas: 2025, el Engaño que Asfixia a Venezuela

8 min lectura
Máscara y Ruinas: 2025, el Engaño que Asfixia a Venezuela

En este cierre de 2025, Venezuela persiste en una profunda crisis humanitaria y política, lejos de cualquier vislumbre de recuperación real. El régimen de Nicolás Maduro mantiene una narrativa distorsionada que intenta normalizar la catástrofe, vendiendo la imagen de un país que ‘resiste’ y ‘avanza’, mientras la realidad cotidiana de millones de venezolanos es una lucha constante contra la escasez, la pobreza extrema y la inseguridad. La maquinaria de propaganda chavista utiliza cualquier mención a presiones externas, sean sanciones económicas o la retórica de una posible intervención, como una excusa para justificar su ineficacia y la represión interna, desviando la atención de la corrupción endémica y la destrucción sistemática del aparato productivo. Asimismo, los llamados esporádicos a procesos de ‘negociación’ o ‘diálogo’ son, en la práctica, tácticas dilatorias diseñadas para ganar tiempo, oxígeno internacional y desmovilizar a las fuerzas que buscan un cambio democrático genuino. Estas falsas aperturas nunca abordan las causas estructurales del colapso: la violación sistemática de los derechos humanos, la politización de todas las instituciones y la cleptocracia que ha desangrado las arcas de la nación. La vida en Venezuela se ha convertido en una odisea de supervivencia, donde la falta de alimentos, medicinas y servicios básicos no es una contingencia, sino el resultado directo de políticas fallidas y un modelo autoritario que prioriza su permanencia en el poder sobre el bienestar de su gente. El clamor por un futuro digno se ahoga bajo la bota de un régimen que ha perdido toda conexión con la realidad que impone a sus ciudadanos.

Análisis Político

El entramado político del régimen de Nicolás Maduro en 2025 es un monumento a la manipulación y el autoritarismo. Su estrategia de control se afianza en tres pilares: la victimización, la demonización y la cooptación. La victimización se manifiesta en la constante atribución de la crisis económica a las ‘sanciones imperiales’, ignorando que la devastación ya era palpable mucho antes de la implementación de estas medidas, producto de décadas de mala gestión, expropiaciones indiscriminadas y una corrupción sin parangón que desmanteló la principal industria del país, PDVSA. Esta narrativa sirve para desviar la responsabilidad del régimen y culpar a factores externos de un colapso autoinfligido, al tiempo que consolida el control sobre la población mediante la asignación condicionada de recursos y la polarización extrema. La demonización, por su parte, es un pilar fundamental para justificar la represión y la militarización. Cualquier disenso interno o crítica internacional es tildada de ‘conspiración’, ‘golpe de Estado’ o ‘plan de intervención militar’, fabricando enemigos imaginarios para cohesionar a las bases leales y justificar la persecución política. La agitación del fantasma de la intervención no es un temor genuino a una amenaza real, sino una herramienta de propaganda para infundir miedo, deslegitimar a la oposición democrática y mantener el aparato de seguridad y defensa en un estado de alerta que legitima el despliegue de colectivos armados y la violación de derechos fundamentales. Finalmente, la cooptación se evidencia en la simulación de procesos de ‘negociación’ o ‘diálogo’. Estas mesas no buscan soluciones democráticas ni la restitución de libertades, sino la dilación, la división de la oposición y la búsqueda de legitimidad internacional para un régimen que ha desmantelado las instituciones republicanas. Cada ‘diálogo’ ha terminado fortaleciendo al régimen, permitiéndole ganar tiempo y aliviar la presión sin hacer concesiones sustantivas. La farsa de la búsqueda de consensos es una cruel burla a la aspiración democrática de los venezolanos, mientras la persecución de opositores, el cierre de medios y la falta de garantías electorales continúan inalterables. La política chavista no es un ejercicio de gobernanza, sino una guerra permanente contra la disidencia y la búsqueda de la perpetuación de un poder ilegítimo a toda costa.

Impacto Económico

La economía venezolana en 2025 es un reflejo brutal de la depredación y el abandono del régimen de Maduro. El impacto en el pueblo es devastador: la hiperinflación, aunque enmascarada por la dolarización informal y los datos oficiales manipulados, sigue pulverizando el poder adquisitivo de millones. El salario mínimo, cuando se paga, apenas alcanza para unas pocas horas de consumo básico, condenando a la mayoría a la indigencia. Las afirmaciones del régimen sobre una supuesta ‘resistencia exitosa a las sanciones’ son una falacia; la verdad es que años de corrupción desmedida, ineficiencia y una ideología económica destructiva ya habían aniquilado la capacidad productiva del país antes de cualquier medida coercitiva externa. La dependencia de las importaciones se ha agudizado, controladas por una red de clientelismo y militares que monopolizan el acceso a bienes básicos y divisas. Los servicios públicos han colapsado por completo. La electricidad es una lotería diaria, el acceso al agua potable es precario y la distribución de gasolina, en el país con las mayores reservas de petróleo, es caótica, costosa e indignante. Hospitales y centros de salud operan en condiciones infrahumanas, sin equipos, sin personal y sin medicamentos, lo que se traduce en un aumento alarmante de enfermedades prevenibles y la mortalidad. La infraestructura vial y de transporte está en ruinas, reflejando la ausencia total de inversión y el desvío de fondos hacia actividades ilícitas o el enriquecimiento de la élite gobernante. La escasez de alimentos sigue siendo una constante, y la desnutrición, especialmente infantil, es una realidad silenciada por el Estado. La diáspora venezolana, que ya supera los siete millones, continúa creciendo, desangrando al país de su capital humano y separando a familias, una evidencia innegable del fracaso total del modelo chavista para proporcionar mínimas condiciones de vida a su gente. La economía venezolana es hoy un testimonio del saqueo y la miseria, no de la resistencia.

Perspectiva de Derechos Humanos

En Venezuela, en el año 2025, la situación de los derechos humanos es sencillamente calamitosa. El régimen de Nicolás Maduro ha perfeccionado un sistema de represión que aniquila la libertad y somete a la población a un control social asfixiante. Los derechos civiles y políticos son inexistentes para quienes se atreven a disentir. La justicia está secuestrada, convertida en un brazo ejecutor de la persecución política, donde jueces y fiscales actúan bajo órdenes de Miraflores. Las detenciones arbitrarias son una constante, afectando a activistas, periodistas, defensores de derechos humanos y cualquier ciudadano que alce la voz. Los informes de organismos internacionales, aunque a menudo ignorados por el régimen, documentan exhaustivamente patrones sistemáticos de tortura, tratos crueles e inhumanos, y desapariciones forzadas en centros de detención operados por cuerpos de seguridad como el SEBIN y la DGCIM. La retórica oficial que demoniza cualquier llamado a la comunidad internacional, o que agita la amenaza de ‘intervención externa’, se utiliza para justificar la mano dura y la anulación de garantías constitucionales. La libertad de expresión ha sido prácticamente erradicada. Los medios de comunicación independientes han sido cerrados, silenciados o comprados por testaferros del régimen, dejando un vacío informativo que solo es llenado por la propaganda oficial. El acceso a internet es censurado y restringido, con bloqueos constantes a sitios web de noticias y redes sociales. Las protestas pacíficas son brutalmente reprimidas por fuerzas de seguridad y los tristemente célebres ‘colectivos’ armados, dejando un rastro de heridos, detenidos y, en muchos casos, muertes impunes. Los presos políticos, lejos de ser liberados, son instrumentalizados como rehenes o moneda de cambio en las esporádicas y fraudulentas mesas de ‘diálogo’. Sus condiciones de detención son deplorables y sus derechos a un debido proceso, sistemáticamente violados. La impunidad por estos crímenes de lesa humanidad es la norma, lo que perpetúa un ciclo de violencia y terror que mantiene a la sociedad venezolana bajo una constante amenaza. El régimen ha logrado convertir el miedo en una herramienta de control social masivo.

Conclusión

Septiembre de 2025 encuentra a Venezuela sumida en una oscuridad que el régimen de Nicolás Maduro se empeña en ignorar. Las excusas recurrentes sobre ‘sanciones’ o ‘intervenciones’ no son más que cortinas de humo para ocultar el fracaso absoluto de un modelo que ha empobrecido, reprimido y desmoralizado a una nación entera. La retórica de ‘negociación’ es una farsa más, un ardid para perpetuar un poder ilegítimo que se sostiene sobre la corrupción endémica y la violación sistemática de los derechos humanos. No puede haber diálogo genuino cuando la contraparte tortura, encarcela y silencia a quienes disienten. La hipocresía del régimen, que invoca la soberanía mientras entrega el país a intereses oscuros y pisotea la dignidad de sus ciudadanos, es una afrenta a la moral universal. El sufrimiento del pueblo venezolano no es una abstracción; es una realidad palpable de hambre, enfermedad, migración forzada y miedo. La comunidad internacional no puede seguir siendo cómplice pasiva de esta tragedia. Es imperativo redoblar la presión para la restauración de la democracia, la liberación de todos los presos políticos, el fin de la represión y la celebración de elecciones verdaderamente libres y justas. Venezuela no necesita más promesas vacías ni mesas de diálogo estériles; necesita un cambio radical y la restitución de la libertad y la dignidad para un pueblo que ha soportado demasiado. El tiempo de las complacencias ha terminado; es hora de acciones firmes y decididas para rescatar a Venezuela de las garras de la tiranía.

Carlos Fernández

Analista político y profesor universitario