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Venezuela: La Crónica de un Saqueo Perpetuo y una Represión Creciente en 2024

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Venezuela: La Crónica de un Saqueo Perpetuo y una Represión Creciente en 2024

En 2024, la tragedia venezolana bajo el régimen de Nicolás Maduro no solo persiste, sino que se solidifica como una herida abierta en el continente. La supuesta ‘recuperación económica’ pregonada por el chavismo es una farsa descarada que ignora la realidad de millones de ciudadanos atrapados en una miseria estructural. Con un salario mínimo que apenas roza los $3.5 al mes, la inmensa mayoría de la población está condenada a la precariedad más absoluta, incapaz de acceder a la canasta básica. Este escenario de colapso no es accidental; es el resultado directo de una década de políticas económicas desastrosas, de un saqueo sistemático de los recursos del país y de una corrupción rampante que ha pulverizado PDVSA y otras empresas estatales, antaño pilares de la nación. La infraestructura básica se desmorona: cortes eléctricos interminables, escasez crónica de agua y una gasolina que, paradójicamente en un país petrolero, se ha vuelto un lujo inalcanzable para muchos. La crisis humanitaria, lejos de remitir, se agrava con la erosión del sistema de salud y una inseguridad alimentaria que empuja a más venezolanos al éxodo. El régimen, blindado por una élite militar y civil corrupta, ha consolidado un aparato represivo que sofoca cualquier atisbo de disidencia, criminalizando la protesta y aniquilando las libertades democráticas. Mientras tanto, la comunidad internacional observa, muchas veces impotente, cómo un país con el mayor reservorio de petróleo del mundo es llevado a la bancarrota moral y material por una cleptocracia que se aferra al poder a cualquier costo humano.

Análisis Político

El panorama político venezolano de 2024 es la consolidación de un régimen autoritario que ha perfeccionado sus métodos de control y anulación de la voluntad popular. Las próximas ‘elecciones’ presidenciales no son más que un teatrillo prefabricado para legitimar un poder ilegítimo. La inhabilitación arbitraria de candidatas y candidatos de la oposición, así como la cooptación total del Consejo Nacional Electoral (CNE) y del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), son pruebas irrefutables de que el chavismo ha desmantelado cualquier vestigio de democracia electoral. No se trata de un proceso competitivo, sino de una ratificación impuesta. El régimen de Maduro no compite, persigue y elimina a sus adversarios, no en las urnas, sino a través de decisiones judiciales fraudulentas y el uso de la fuerza del Estado. La figura del ‘Arco Minero del Orinoco’ es un ejemplo paradigmático de la corrupción institucionalizada y la impunidad que imperan. Este vasto territorio, rico en oro y otros minerales, se ha convertido en una zona de saqueo controlado por redes criminales con conexiones directas al poder, fomentando la devastación ecológica y la explotación humana, mientras el dinero generado nutre las arcas de la cúpula chavista y sus aliados, dejando al país en ruinas. La hipocresía del discurso ‘antiimperialista’ de Maduro choca frontalmente con la entrega de los recursos nacionales a intereses oscuros y la consolidación de un sistema que empobrece a la mayoría para enriquecer a una minoría parasitaria que no rinde cuentas a nadie.

Impacto Económico

El impacto económico del régimen sobre el pueblo venezolano es devastador y deliberado, una estrategia de empobrecimiento masivo para mantener el control social. En 2024, la ficción de un ‘crecimiento’ solo beneficia a los círculos cercanos al poder y a una economía de burbuja dolarizada en unos pocos nichos urbanos, mientras el grueso de la población vive con salarios y pensiones miserables, anclados en una moneda nacional devaluada hasta la irrelevancia. El salario mínimo de $3.5 a $5 es una burla, una sentencia de muerte lenta para millones que luchan por alimentarse una vez al día. La escasez de combustible, una ironía cruel en el país con las mayores reservas de petróleo, paraliza la producción y el transporte, encareciendo todo y asfixiando a los emprendedores. Los servicios básicos, como el agua y la electricidad, son un lujo intermitente para la mayoría, con cortes que duran días, afectando la salud, la educación y la calidad de vida. Este colapso no es fruto de sanciones externas –aunque el régimen lo use como excusa–, sino de la mala gestión crónica, la corrupción sistémica en PDVSA y la destrucción del aparato productivo nacional. El éxodo masivo de más de 7.7 millones de venezolanos no es una migración voluntaria, es una huida desesperada de la miseria impuesta por un modelo económico fallido que ha desintegrado la clase media y sumido a la mayoría en la pobreza extrema, todo mientras la élite chavista exhibe un opulencia descarada.

Perspectiva de Derechos Humanos

En Venezuela, la defensa de los derechos humanos es una actividad de alto riesgo en 2024. El régimen de Maduro ha instaurado un patrón sistemático de violaciones que apuntan a silenciar cualquier voz disidente. Las detenciones arbitrarias son una herramienta común, con un número significativo de presos políticos que languidecen en las cárceles, muchos de ellos bajo condiciones inhumanas y sin el debido proceso. Organismos como la FAES, el DGCIM y el SEBIN operan como brazos armados de la represión política, con denuncias creíbles de tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes. La persecución se extiende a defensores de derechos humanos, periodistas independientes, líderes sociales y cualquier ciudadano que ose criticar al gobierno. La libertad de expresión está criminalizada, con el cierre de medios de comunicación y la censura en redes sociales. La propia Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, y posteriormente la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre Venezuela, han documentado exhaustivamente estos crímenes de lesa humanidad, señalando la responsabilidad directa de la cadena de mando del Estado. No se trata de casos aislados, sino de una política de Estado diseñada para infundir miedo y mantener el control férreo sobre la población. La impunidad es la norma, lo que perpetúa el ciclo de abusos y deja a las víctimas sin acceso a la justicia, consolidando un sistema donde el Estado es el principal violador de los derechos fundamentales de sus ciudadanos.

Conclusión

La Venezuela de 2024 es un monumento a la crueldad y la desidia de un régimen que ha pulverizado el futuro de una nación. La retórica ‘socialista’ de Maduro no es más que la fachada de una cleptocracia militar que ha desvalijado al país, aniquilado la economía y sometido a su gente mediante la represión sistemática. No podemos ser cómplices de la normalización de esta tiranía. La farsa electoral que se avecina solo busca legitimar un poder que se sostiene sobre el sufrimiento de millones. La comunidad internacional no puede mirar hacia otro lado mientras la violación de los derechos humanos, la corrupción descarada y la miseria extrema se consolidan como la ‘nueva normalidad’ en Venezuela. Es imperativo mantener la presión, exigir rendición de cuentas a los responsables de estos crímenes y apoyar a la sociedad civil venezolana en su heroica resistencia. No hay solución mágica ni atajo para recuperar la libertad y la dignidad, solo la persistencia, la denuncia implacable y la búsqueda incansable de la justicia para un pueblo que ha sido traicionado por sus gobernantes. La esperanza reside en la inquebrantable voluntad de los venezolanos de reconstruir una nación libre y próspera, lejos de las garras de esta dictadura que ha prometido la ‘patria’ y entregado la ruina.

Carlos Fernández

Analista político y profesor universitario