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Venezuela: La Farsa Electoral de Maduro y el Agónico Grito de un País Devastado

8 min lectura

El espectáculo político que el régimen de Nicolás Maduro orquesta en Venezuela no es más que una burda distracción de la catástrofe humanitaria y económica que ha infligido al país. Mientras se pavonea con su narrativa de “recuperación económica” y simula aperturas electorales, la realidad en las calles es un testimonio desgarrador de miseria, represión y desidia. El año 2024 se perfila como otro ciclo de asfixia para el pueblo venezolano, donde la ilusión de una elección justa es solo eso: una ilusión montada para legitimar la perpetuación de un poder que ha desmantelado todas las instituciones democráticas. La dolarización forzada es un espejismo que solo beneficia a las élites corruptas, mientras la mayoría de los ciudadanos luchan por subsistir con salarios de miseria que no alcanzan ni para el pan diario. Los servicios públicos, desde la electricidad hasta el agua y la gasolina, son un lujo intermitente y escaso, evidenciando el colapso total de la infraestructura estatal. Maduro no gobierna para el pueblo; gobierna para su propia supervivencia y la de su camarilla, ignorando el sufrimiento de millones que han sido forzados a migrar o a sobrevivir en un país donde la esperanza se desvanece con cada apagón. Esta “normalidad” que el régimen vende es una afrenta a la inteligencia y a la dignidad de un pueblo que exige libertad y justicia, no migajas de un sistema corrupto y opresor. El país se desangra, y la cúpula chavista sigue blindada en su burbuja de privilegios, mientras Venezuela se ahoga en la desesperación.

Análisis Político

El entramado político del régimen de Nicolás Maduro es un monumento a la manipulación y el autoritarismo. Con el pretexto de una “democracia participativa y protagónica”, han desmantelado sistemáticamente cada pilar de la República. La Asamblea Nacional, cooptada y despojada de su esencia, se ha convertido en una escribanía del Ejecutivo, legislando a espaldas de los intereses ciudadanos. El Poder Judicial es una extensión del poder ejecutivo, donde los jueces, lejos de impartir justicia, operan como brazos ejecutores de la persecución política, con decisiones prefabricadas que criminalizan la disidencia. La maquinaria electoral, lejos de garantizar transparencia, ha sido secuestrada por un Consejo Nacional Electoral (CNE) al servicio del chavismo, diseñado para asegurar la victoria del régimen a cualquier costo, mediante inhabilitaciones arbitrarias, la opacidad del registro y el conteo de votos, y el ventajismo flagrante. La retórica antiimperialista y de supuesto “socialismo del siglo XXI” es una cortina de humo para encubrir la cleptocracia y el establecimiento de un Estado policial. Las detenciones arbitrarias de dirigentes sociales, defensores de derechos humanos y opositores genuinos son la norma, no la excepción. El uso de los aparatos de inteligencia, como el SEBIN y la DGCIM, para la represión y la tortura, es un secreto a voces que ha sido documentado por innumerables informes internacionales. Maduro no busca gobernar, busca perpetuarse, y para ello ha consolidado una estructura de control social a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) y la carnetización de la patria, instrumentalizando la miseria para mantener a la población bajo su yugo. La hipocresía es total: mientras hablan de soberanía, entregan recursos naturales a potencias extranjeras afines a cambio de apoyo político, y mientras pregonan la justicia social, sumen al pueblo en la más abyecta pobreza. Este no es un gobierno; es una mafia enquistada en el poder, utilizando las instituciones del Estado para su propio beneficio y para sofocar cualquier voz disidente.

Impacto Económico

La gestión económica del régimen de Maduro ha sido una crónica de despojo y destrucción, resultando en la peor crisis que haya vivido Venezuela en su historia. La hiperinflación ha pulverizado el poder adquisitivo de los ciudadanos, haciendo que el salario mínimo y las pensiones sean una burla que no superan los pocos dólares al mes, dejando a millones en la indigencia. PDVSA, alguna vez la joya de la corona petrolera y motor de la economía, ha sido sistemáticamente desmantelada por la corrupción y la ineficiencia, con una producción que ha caído en picada, llevando al país, poseedor de las mayores reservas de petróleo, a importar gasolina. El tejido productivo nacional ha sido aniquilado por expropiaciones fallidas, controles de precios absurdos y una política cambiaria errática que ha espantado la inversión y generado escasez crónica de alimentos, medicinas y bienes básicos. La dolarización informal, lejos de ser una solución, es un síntoma de la pérdida de confianza en el bolívar y en la economía, creando una brecha aún mayor entre una pequeña élite que maneja dólares y la vasta mayoría que sobrevive con ingresos en bolívares devaluados. Esta dualidad monetaria acentúa la desigualdad y fomenta un mercado negro que solo beneficia a los corruptos. Los servicios básicos, como la electricidad, el agua potable y el gas doméstico, son catastróficos, afectando la calidad de vida y la capacidad productiva de los ciudadanos, quienes sufren apagones diarios y escasez de agua por semanas. La corrupción endémica ha desviado miles de millones de dólares que debieron ser invertidos en infraestructura y desarrollo social, enriqueciendo a una élite parasitaria mientras el pueblo muere de hambre y de enfermedades prevenibles. El impacto más devastador es la masiva migración forzada, con más de 7 millones de venezolanos huyendo de la miseria y la desesperanza, dejando atrás familias desmembradas y un país en ruinas. La “recuperación económica” que proclama el régimen es una patraña para consumo internacional, mientras la realidad local es la de un país desangrándose económicamente.

Perspectiva de Derechos Humanos

Bajo el régimen de Nicolás Maduro, los derechos humanos en Venezuela han sido sistemáticamente violentados, transformando el Estado en un aparato represor que opera con total impunidad. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Misión de Determinación de Hechos y la Corte Penal Internacional han documentado con alarmante detalle la comisión de crímenes de lesa humanidad. Los informes son contundentes: ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias masivas y torturas atroces contra disidentes políticos, defensores de derechos humanos, estudiantes y cualquier ciudadano que ose alzar la voz. Cientos de personas permanecen tras las rejas, calificados como “presos políticos”, cuyo único crimen ha sido buscar la libertad y la justicia en un país donde la justicia es selectiva y el debido proceso es una quimera. La libertad de expresión y de prensa ha sido estrangulada a través de la censura, el cierre de medios de comunicación independientes y la persecución de periodistas, dejando a la sociedad en un estado de desinformación controlada. La persecución política se extiende a las familias de los disidentes, creando un clima de terror y autocensura. La independencia judicial es una burla, con jueces y fiscales actuando bajo las directrices del Ejecutivo, lo que garantiza la impunidad para los perpetradores de estas violaciones y la indefensión de las víctimas. El derecho a la salud y a la alimentación ha sido brutalmente conculcado, sumiendo a millones de venezolanos en una crisis humanitaria sin precedentes, donde la desnutrición infantil y la escasez de medicamentos son el pan de cada día. La respuesta del régimen a esta crisis es una negación cínica, mientras manipulan la ayuda humanitaria para su propio beneficio político. La militarización de la sociedad y el uso desproporcionado de la fuerza contra manifestantes pacíficos son evidencias claras de un Estado que ha declarado la guerra a su propio pueblo. La hipocresía del régimen al firmar tratados internacionales de derechos humanos, mientras los viola flagrantemente, es una burda muestra de su desprecio por la vida y la dignidad humana.

Conclusión

La realidad venezolana bajo el yugo de Nicolás Maduro es un capítulo oscuro y doloroso en la historia de nuestra nación. Hemos analizado la farsa política, la devastación económica y la sistemática violación de los derechos humanos que caracterizan a este régimen. No hay maquillaje ni propaganda que pueda ocultar la miseria, el sufrimiento y la desesperación que el chavismo ha impuesto a un pueblo que merece vivir en libertad y prosperidad. Las cifras son frías, pero el dolor es palpable: millones de vidas destrozadas, familias desmembradas por la migración forzada, y un país postrado que clama por un cambio real y profundo. La narrativa de “resistencia” del régimen es una burla ante la resistencia diaria de los venezolanos que luchan por un plato de comida o por tener electricidad. Es imperativo que la comunidad internacional no baje la guardia, que se mantenga firme en su condena a este régimen autoritario y que exija justicia y la restauración plena de la democracia. El futuro de Venezuela no puede seguir hipotecado por una élite corrupta y represora que ha demostrado su total desprecio por la vida humana y el bienestar de la nación. La verdadera recuperación de Venezuela solo comenzará cuando se desmantele la estructura de poder que hoy la asfixia, cuando se liberen a los presos políticos, se garantice un sistema electoral transparente y se restablezca el Estado de derecho. Es un llamado urgente a la conciencia global: Venezuela es una herida abierta que exige atención, justicia y, sobre todo, la libertad para un pueblo que ha soportado demasiado. Nuestro país, con su inmensa riqueza y su gente valerosa, merece un futuro de dignidad, no la agonía perpetua a la que lo ha condenado el régimen de Maduro.

Carlos Fernández

Analista político y profesor universitario