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Venezuela: La Farsa Electoral y la Devastación Silenciosa del Régimen de Maduro

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Venezuela: La Farsa Electoral y la Devastación Silenciosa del Régimen de Maduro

La narrativa oficialista de una Venezuela en ‘recuperación’ se desmorona estrepitosamente ante la cruda realidad que padecen millones de ciudadanos. En pleno 2024, el régimen de Nicolás Maduro persiste en su estrategia de simulación democrática, mientras el país se hunde más en la miseria y la represión. Las recientes maniobras del Consejo Nacional Electoral (CNE), un apéndice más del aparato chavista, para fijar un calendario electoral carente de garantías y la persistente inhabilitación de líderes opositores, como María Corina Machado, no son sino un reflejo de la desesperación de una élite que se sabe repudiada por su propio pueblo. No hay elección justa posible cuando las reglas se dictan desde Miraflores y la disidencia se persigue con saña. Simultáneamente, la economía venezolana sigue siendo un campo de ruinas, donde un salario mínimo de risa y unos servicios públicos inexistentes son la norma, obligando a millones a un exilio forzoso o a una supervivencia indigna en su propia tierra. La corrupción descarada y sistemática sigue drenando los pocos recursos del país, enriqueciendo a unos pocos mientras la mayoría sufre las consecuencias de una gestión criminal. Este análisis profundizará en estas facetas de la crisis, evidenciando cómo la maquinaria chavista, lejos de buscar soluciones, solo perpetúa el sufrimiento y la desintegración del Estado venezolano.

Análisis Político

El circo electoral que el régimen de Nicolás Maduro pretende montar es una burla flagrante a cualquier principio democrático. La reciente ‘convocatoria’ del CNE no es más que una legitimación de facto de una farsa prefabricada, diseñada para asegurar la permanencia de la cúpula chavista en el poder. La inhabilitación administrativa, políticamente motivada y sin base legal sólida, de la líder de la oposición María Corina Machado, es la prueba más irrefutable de que Maduro y su camarilla le temen a las urnas libres y transparentes. No hay espacio para la competencia justa cuando el árbitro, el CNE, es un operador político del oficialismo, cuyas decisiones se alinean con los intereses del Palacio de Miraflores. La persecución judicial y el acoso a cualquier figura que represente una amenaza real al continuismo se han convertido en la estrategia recurrente del régimen, desmantelando cualquier vestigio de Estado de derecho. La represión no solo se ejerce a través de la violencia física, sino también mediante la sofocación de la pluralidad política, la manipulación de las instituciones y la cooptación de los mecanismos democráticos. Este patrón de comportamiento, que se extiende a la intimidación de activistas y periodistas, revela un gobierno que ha renunciado a la legitimidad popular y se aferra al poder a través de la coerción y la ingeniería social. La ‘democracia bolivariana’ es, en realidad, una autocracia de facto que simula elecciones para proyectar una imagen que el mundo ya no compra. Es un sistema diseñado para perpetuar una dictadura militarizada y corrupta, a expensas de la soberanía popular y los derechos fundamentales del pueblo venezolano.

Impacto Económico

La economía venezolana no solo está en crisis; está en un estado de colapso terminal provocado por años de políticas erráticas, corrupción sistémica y una gestión catastrófica. Mientras el régimen de Maduro proclama falsas victorias económicas, la realidad en las calles es devastadora: el salario mínimo se mantiene estancado en una cifra irrisoria, apenas unos $3.5 al mes, lo que condena a la gran mayoría de los trabajadores venezolanos a la indigencia. En un entorno de dolarización de facto de la economía, donde los precios de los bienes y servicios se rigen por la divisa estadounidense, este salario es una condena a la miseria absoluta. La capacidad adquisitiva del venezolano común ha sido aniquilada, forzando a las familias a tomar decisiones desgarradoras entre comida, medicinas o servicios básicos. Los servicios públicos, que en cualquier país civilizado son un derecho, en Venezuela son un lujo o simplemente inexistentes. La electricidad es intermitente, el agua potable escasea, el gas doméstico es un bien preciado y la gasolina, en un país con las mayores reservas petroleras del mundo, es una odisea conseguirla. Esta situación no es el resultado de ‘sanciones imperiales’, como vocifera el régimen, sino de décadas de desfalco, mala administración y la destrucción del aparato productivo nacional en favor de una cleptocracia. La hiperinflación ha pulverizado los ahorros y la confianza, y la falta de inversión ha llevado a la ruina de infraestructuras vitales. El impacto más trágico es el éxodo masivo: la incapacidad de sobrevivir dignamente dentro de Venezuela ha expulsado a millones de ciudadanos, que buscan en otras tierras la oportunidad de una vida que su propio gobierno les ha negado. La ‘recuperación’ chavista es un espejismo para los pocos privilegiados, mientras el pueblo venezolano se consume en la precariedad.

Perspectiva de Derechos Humanos

En Venezuela, los derechos humanos son una quimera. El régimen de Nicolás Maduro ha institucionalizado la represión como una política de Estado, utilizando un aparato judicial y policial cooptado para silenciar cualquier voz disidente. La detención arbitraria de activistas, periodistas y líderes sociales se ha vuelto una práctica común, violando flagrantemente el debido proceso y la libertad personal. Las celdas venezolanas están llenas de presos políticos cuyo único delito es pensar diferente o exigir sus derechos. Organizaciones no gubernamentales, que en cualquier democracia son baluartes de la sociedad civil, son blanco constante de acoso judicial y hostigamiento, dificultando su labor vital de denuncia y asistencia. La libertad de expresión ha sido sistemáticamente coartada, con el cierre de medios de comunicación independientes y la autocensura forzada por el miedo a represalias. Las desapariciones forzadas, aunque menos documentadas, siguen siendo una táctica inquietante para sembrar terror. El acceso a la justicia es inexistente para las víctimas de estos abusos, mientras que los perpetradores gozan de impunidad absoluta. Esta situación de terror institucionalizado es la principal causa detrás del éxodo sin precedentes de ciudadanos venezolanos. Se estima que ya son cerca de 8 millones de personas las que han abandonado el país, huyendo de la persecución política, la violencia y la desesperación económica. No es solo una crisis migratoria; es una diáspora forzada por la violación sistemática de derechos fundamentales, incluido el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad personal. El régimen de Maduro no protege a su pueblo; lo agrede, lo empobrece y lo expulsa, creando una de las mayores crisis humanitarias de la historia reciente de América Latina.

Conclusión

La Venezuela de 2024 es un testimonio desgarrador del fracaso de un modelo y la crueldad de un régimen. La evidencia es abrumadora: un sistema político corrupto que manipula las elecciones para perpetuarse, una economía desmantelada que condena a su pueblo a la miseria y un aparato de Estado que viola sistemáticamente los derechos humanos. Los discursos de ‘resistencia’ y ‘soberanía’ del chavismo son una burda cortina de humo para ocultar una realidad de pillaje, represión y desidia. El sufrimiento del pueblo venezolano no es una abstracción; es una realidad palpable en cada cola por la gasolina, cada plato vacío, cada migrante que cruza una frontera con lágrimas en los ojos. La comunidad internacional no puede seguir siendo un mero espectador de esta tragedia; es imperativo redoblar la presión sobre el régimen de Maduro para exigir un cambio real. No se trata solo de elecciones, sino de garantías democráticas, respeto a los derechos humanos y un plan de recuperación económica que ponga fin al empobrecimiento deliberado de la nación. La lucha por una Venezuela libre y justa continúa, y no podemos permitir que la hipocresía y la tiranía silencien la voz de millones que claman por dignidad y libertad. Es hora de que el mundo despierte y apoye decididamente a quienes buscan rescatar a Venezuela de las garras de la autocracia y la corrupción, antes de que el daño sea irreversible.

Carlos Fernández

Analista político y profesor universitario